Hace tiempo que lo pienso y se que mucha de la gente de mi entorno se extrañaría, ¿cómo se puede considerar un privilegiado una persona tan gravemente enferma? Pues si, así es, porque no me paro a pensar o a lamentarme como sería mi vida si no hubiese enfermado, eso no se puede ya evitar y de nada me serviría.
Sin embargo, cuando veo a todos esos compañeros que están esperando un trasplante, o cuando leo las historias de anteriores trasplantados, me suelo encontrar con un denominador común, y es que la mayoría han tenido que dejar sus hogares habituales y a su familia para irse a someter a una prueba tan dura como ésta. Lo primero es la ruptura de la familia, el desarraigo, sin los amigos, gente querida, etc. Después lo es el desembolso económico, la espera, el que normalmente es un familiar el que soporta todo el peso de la espera y supongo que así, alejados de todo lo cotidiano, se hace más dura la espera.
En mi caso estoy esperando en mi casa, haciendo las cosas que hago habitalmente, que suelen ser muchas más de las que puedo hacer, con lo cual el tiempo pasa volando, ya va más de un mes y parece que fué ayer cuando me incluyeron en la lista. Tengo la suerte de tener al que hoy en día puede ser el hospital, si no el más, uno de los más punteros en cuestión de trasplante pulmonar, con un equipo de lujo del que os hablaré algún día.
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