El doctor Carlos Vázquez se reencontró con Olaia en su consulta del hospital de Cruces tras «años» sin verse. :: PEDRO URRESTI |
«Me siento afortunada». Olaia Peñas de Dios es una de las
pocas enfermas de fibrosis quística de su generación que vive para
contarlo. Tiene 34 años y una energía envidiable, pese al rosario de
intervenciones a las que ha sido sometida a lo largo de su vida. «Me han
trasplantado los dos pulmones y el riñón», explica con la misma
naturalidad con la que cuenta que está casada o que quiere adoptar una
niña china. Olaia nació con la enfermedad, pero los especialistas que la
atendieron durante su particular «peregrinación» por la red sanitaria
tardaron cinco años en acertar con el diagnóstico. «Llegaron a decir que
tenía tosferina», recuerda. Osakidetza acaba de incluir la patología en
la prueba del talón que se le practica a los bebés para «poder actuar a
tiempo».
En la década de los 70 ni siquiera se conocía el gen de
una enfermedad hereditaria que afecta principalmente a los pulmones y a
los órganos encargados de la digestión. Fue el doctor Carlos Vázquez,
actual jefe de la Unidad de Fibrosis Quística del hospital de Cruces y
uno de los especialistas de referencia en Europa, el que descubrió la
dolencia que sufría. «¡Y menos mal...!», suspira aliviada. Los
antecedentes no eran muy esperanzadores. Más de la mitad de los enfermos
morían antes de los siete años. «Yo lo he vivido muy de cerca porque
soy de las mayores y muchos compañeros se han quedado por el camino», se
resigna.
El de Olaia tampoco ha sido un camino de rosas. «Siempre
he tenido muy afectado tanto el sistema respiratorio como el digestivo,
por no hablar de los continuos problemas con los antibióticos», explica
la joven, natural de Bilbao aunque afincada en Castro Urdiales. La
fibrosis quística -enfermedad que se produce porque el bebé hereda dos
genes alterados, uno del padre y otro de la madre- ha condicionado buena
parte de su vida. «Intentaba hacer lo mismo que el resto de mis
compañeras de colegio, pero en el fondo sabía que no era como ellas. Me
cansaba enseguida, no podía hacer gimnasia, salía al baño
continuamente», recuerda. Olaia se tenía que levantar todos los días a
las seis de la mañana para hacer fisioterapia respiratoria antes de ir a
clase. Su madre incluso dejó de trabajar para estar a su lado en todo
momento.
«Aunque pueda parecer una tontería, una de las cosas que
peor llevaba era la tos. Podía pasarme ocho horas seguidas tosiendo sin
parar. Y por más que mis compañeros de clase sabían que era por la
enfermedad, lo pasaba realmente mal», admite. Porque si hay una cosa que
Olaia nunca ha hecho es ocultar que tiene fibrosis quística. «Al
contrario, el contarlo me ha ayudado a afrontar la situación con mayor
naturalidad», comenta. El doctor Vázquez mantiene que en estos casos la
actitud de los pacientes es clave. «Y en eso Olaia es un ejemplo»,
subraya con orgullo. «Siempre he intentado llevar una vida lo más normal
posible dentro de mis limitaciones. Cuando salía de marcha por Bilbao,
mis amigos se turnaban para estar conmigo en la puerta del bar porque yo
no podía entrar. Era de chiste», recuerda con una sonrisa.
90 pastillas al día
El «problema» es que la enfermedad de Olaia siempre «ha
evolucionó a peor». A los 17 años fue «el punto de inflexión». «Estaba
tan mal que los médicos me dijeron que sería bueno que me sometiese a un
trasplante de pulmones. No las tenía todas conmigo. Un compañero había
muerto en la operación y preferí no arriesgarme», recuerda. Los tres
años siguientes los pasó «de la cama al sofá y del sofá a la cama
intentando aguantar como podía». Cuando la situación se volvió
«insostenible», Olaia dio «un paso al frente» y decidió someterse al
trasplante bipulmonar en el hospital valenciano de La Fe.
La noche anterior entró en alerta cero. «Me dio tal bajón
que estuve a punto de morir». No era la primera vez. La operación salió
bien, aunque la recuperación fue «muy dura». Olaia llegó a tomar
noventa pastillas al día. Tras unos meses de reposo, la joven retomó los
estudios y acabó la carrera de Periodismo. «Mis pulmones funcionan
perfectos, pero con los tratamientos siempre he tenido la peor de las
suertes. Se me hacían pólipos en la nariz. Me tuvieron que operar seis
veces, así que decidieron cambiar la medicación. Y ahora viene lo mejor:
el fármaco me hizo una necrotoxicidad y me tuvieron que trasplantar el
riñón», explica.
Desde entonces, Olaia ha ganado en calidad de vida.
«Claro que si me hubiesen diagnosticado la enfermedad nada más nacer,
como se hace ahora, la situación sería totalmente distinta», reconoce la
joven bilbaína.
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