El pasado 22 de enero Alicia Oñate quedó con su familia
para tomar un vermú. No era un día cualquiera, tenía un gran motivo para
celebrar esa fecha: el primer aniversario de su trasplante de riñón. A
las 14.30 horas, de tal día como ese de 2013, Alicia Oñate entraba en el
quirófano del Hospital San Pedro. Entonces un órgano le esperaba para
darle calidad de vida y sobre todo para devolverle libertad.
Alicia Oñate, de 45 años y madre de una chica, es una de
las 16 personas que el pasado año recibieron un trasplante renal en la
Unidad de Trasplantes del San Pedro. En su caso, a principios de los
noventa había sido trasplantada -en Pamplona-, pero años después sufrió
un rechazo del órgano. Poco a poco fue deteriorándose dicho riñón hasta
que en diciembre de 2002 se le añadieron otros problemas que obligaron a
extirparlo. Ahí comenzaba su tratamiento de hemodiálisis que se alargó
durante diez años -previo a su primer trasplante, de forma breve,
también acudió a diálisis-.
«Cuando comencé la hemodiálisis en 2002, lo primero que
hice fue aceptar la situación. Es fundamental asumirlo, porque cuando lo
aceptas no sufres de igual modo, no lo vives como un trauma», reconoce
hoy Alicia Oñate.
Lo que, según reconoce, «no significa que recibir diálisis
no sea algo serio, ni mucho menos, pero dependiendo de la actitud es más
llevadero». Si algo ha tenido y tiene claro esta mujer, natural de
Lardero, es que «en un porcentaje muy alto el estado de ánimo influye en
no hacer de este problema el eje de tu vida».
De hecho, mientras ella relata su historia, un amigo suyo
-sentado a su lado- certifica que tardó años en descubrir el problema
que sufría Alicia pues su actitud no lo denotaba.
«Es evidente que de diálisis sales cansada, pero hay que
echarle voluntad y no dejar que te venza». Así que esas cuatro horas de
tratamiento conectada a una máquina -tres veces a la semana- ella se las
tomaba casi como un trabajo y, una vez que salía de ahí, trataba de
olvidarse de ello hasta el siguiente día. «No soy de sueño fácil, pero
allí me dormía, me llamaban 'la bella durmiente», apunta divertida.
A pesar de su positivismo, la insuficiencia renal aguda,
como era su caso, le imponía determinados preceptos y limitaciones: una
dieta baja en potasio, lo que le impedía comer ciertas frutas; una
ingesta de líquidos reducida; además de la dependencia de la máquina de
hemodiálisis. «No me iba de vacaciones más allá del fin de semana». Sin
embargo, hubo algo que nunca dejó de practicar: el baile. «Bailar es mi
pasión, me da la vida», subraya.
A la tercera fue la vencida
Y por fin llegó su día. «Me llamaron el 21 de enero, por la
noche, para comunicarme que había un riñón disponible y que fuera a
hacerme las pruebas al día siguiente para ver si me era compatible»,
relata. «No estaba obsesionada con cuándo llegaría mi trasplante,
confiaba en que alguna vez me tocara», admite.
Aun así, como reconoce Alicia, «cuando recibes la llamada
te quedas un poco en shock, es una mezcla de entusiasmo, euforia, pero
también cautela». Y es que en su caso ya había pasado dos veces por ese
trámite. «Recuerdo la segunda ocasión, me dijeron que no era para mí,
pero me llevé una alegría por la otra persona, a la que conocía por
terceras personas; era la sexta vez que la convocaban y no cabía en sí
de emoción».
El 22 de enero de 2013 los diferentes análisis salieron
bien, así como la prueba cruzada, y Alicia Oñate recibió el nuevo
órgano. «Mi riñón era lo que llaman 'vago', no empezó a funcionar hasta
casi tres días después de la operación». Pero finalmente arrancó. «Tengo
una función renal actualmente como la de una persona normal; el órgano
estaba muy sano, se ve que la persona a la que pertenecía era sana».
Precisamente conocer a la familia del donante sería una de
sus ilusiones. «Sólo sé que era de una mujer, más o menos de mi edad,
pero me gustaría poder darle las gracias a sus familiares, así como a
todo aquel que dona órganos», remarca mientras apela a la concienciación
general.
Vacaciones a Canarias
Recuerda que, una vez recuperada, lo primero que hizo fue
«tomarme un zumo de naranja e irme de vacaciones a Canarias». Hoy Alicia
disfruta de cada momento. «Voy todos los días andando a La Grajera,
sigo bailando varias veces a la semana, quedo con mis amigos -antes
también- porque soy una persona muy sociable, leo bastante y ahora
quiero meterme en alguna tarea de voluntariado».
Porque con el trasplante, a pesar de su actitud anterior
optimista, ha ganado dos aspectos fundamentales: «calidad de vida y
sobre todo libertad», concluye, destacando sus agradecimientos: «A mi
familia que siempre ha estado ahí, a todo el equipo de Nefrología, a los
amigos...».
FONTE
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