«Levantad el culo de ese sillón y poneos a entrenar ya». Así animaba Iván Rocha desde el hospital en su blog (aireandome.com) el pasado 3 de marzo a todos los que quisieran acompañarle en su subida al monte Pindo. Este coruñés de 40 años quería coronarlo por tercera vez una vez recuperado del doble trasplante pulmonar por el que esperaba y que le permitiría seguir luchando contra el cáncer que le descubrieron en el 2006. Pero mes y medio después, el 20 de abril, Iván no superó la operación. En la esquela, sus amigos le hicieron una promesa: «Nos vemos en la cumbre». La cumplieron el pasado sábado.
Medio centenar de familiares y amigos de Iván Rocha subieron los últimos 200 metros del Pindo hasta la cima de A Moa en homenaje al coruñés. Hasta allí llegaron su mujer, Silvia, sus hermanos, un tío de 72 años que vive en Barcelona, dos de sus profesores de la infancia e incluso un amigo que voló desde Brasil. «Hacer esto era una necesidad, algo que no podíamos evitar», afirma Roberto, uno de los hermanos de Iván. Si esperaron unos meses desde su muerte fue porque «no queríamos un acto triste, sino de reencuentro con él».
Iván tenía algo que lo hacía distinto al resto de pacientes. Lo dicen quienes lo trataron. No solo le plantó cara a su dura enfermedad, sino que volcó su experiencia en un blog para que sirviese de ayuda a otros. «Era muy buena persona y siempre intentaba ayudar. Se sobrepuso a su rara enfermedad, al mal diagnóstico que le hicieron al principio y a la quimioterapia que recibió para un cáncer de páncreas que luego resultó que no tenía. Era otro», recuerda Roberto.
Tenacidad y esperanza
Solo le dieron seis meses de vida y vivió cinco años. Pensó que no podría tener hijos y llegó Antón, que ya tiene tres. Iván nunca perdió la esperanza. Estudió a fondo su mal, en su blog colgó las pruebas que le hacían, todo tipo de información sobre su enfermedad y cualquier avance médico realizado en cualquier hospital del mundo. Él, que pasó por varios: A Coruña, La Rioja, Navarra... «Y logró implicar a médicos de todos ellos en su lucha. Tenía cerrada la puerta de los trasplantes y la abrió. Iba por delante de todos. Le encantaba darle vueltas a las cosas, desmenuzarlas. Quería salvar su pellejo porque tenía unas inmensas ganas de vivir. Otros se hubiesen hundido, pero él le miró a la cara a su enfermedad. Aunque no ganó la batalla».
Como el Pindo, un coloso hecho en rocas, Iván Rocha (su apellido significa roca en gallego) era duro y grande. Medía 1,97 metros y jugó al baloncesto en el Caja Canarias. El sábado, por fin volvió al Pindo. Su otro hermano, José Luis, esparció sus cenizas a los pies de la cumbre, donde Iván había acampado de niño, y sus amigos plantaron después, más abajo, tres carballos y los cubrieron con los pétalos de rosa de su madre. «Fue un acto triste y emotivo, pero nos alivió. A Iván le hubiera gustado más esto que un funeral en una iglesia», afirma su hermano. A Roberto aún se le quiebra la voz hablando de Iván. «Es que -dice- no me acostumbro a no verlo». Ahora su familia y sus amigos tienen un lugar en el que visitarlo, a 697 metros de altura, frente al Atlántico: «En la cumbre, sí. Y llevaremos a su hijo Antón».
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