Foto: Andreína mira a Dayana, su hermana pequeña y donante.
Cuando Andreína tenía tres años, nació Dayana. Hace cuarenta que son hermanas, y en marzo se cumplirán dos desde que la vida les dio un motivo más para caminar juntas. Compartían ya los afectos, la sangre y desde marzo del 2009 la mayor lleva en su tripa uno de los riñones de la pequeña de una familia numerosa, en miembros y sentimientos.
Un trasplante de su propia hermana. Aquella puerta abierta para desatarse de la diálisis que amarró a Andreína a una máquina durante horas y horas día sí y día también supuso toda una aventura por la esperanza. Sus riñones, tras un ingreso sorpresivo en el Chuac en el que los médicos llegaron a hacerle pruebas para descartar el exótico mal de Chagas, dejaron de responder.
Hacía ya varios años que ambas, primero la pequeña y después la mayor, habían emprendido otro viaje en busca de futuro desde su Venezuela natal. Y la enfermedad de Andreína las sorprendió, pero no tanto como para que no reluciese de nuevo el arrojo. «Ella siempre es positiva, siempre segura», resume la receptora, que tuvo que superar primero la incredulidad ante la propuesta de llevar un riñón de Dayana. Y la donante, huyendo de admiraciones, concluye de forma aplastante: «No tenía por qué pasar nada, no podía dudarlo».
El 29 de marzo del 2009 entraron, las dos, en el quirófano. A los diez días estaban, también las dos, en casa. Son uno de los ejemplos de trasplante de donación en vida, toda una oportunidad para quien desespera a la espera de un órgano.
Y el tiempo les ha ido dando la razón. Hace poco más de año y medio Andreína se recuperaba en su casa de la intervención. Hoy baila batuca, camina, va al gimnasio, se ocupa de su casa y confía en volver a trabajar, a pesar de la crisis, haciendo lo que mejor sabe tras una docena de sobrinos ?el último, el galleguito, como llaman al pequeño Ángel? acunados en unos brazos capaces de cambiar pañales con los ojos cerrados. Como cuando entró en el quirófano, sueña, además de con el pastel de manzana, con abrazar en Venezuela a los suyos. No ha vuelto desde el 2003, pero «parece que este verano iré», dice.
Dayana sigue con su trabajo en Inditex y dando alas y abriendo horizontes a una hija que se va haciendo mayor. Quizá por eso ella y Mario, el amor que encontró a este lado del Atlántico, están pensando en aumentar la familia. «No, no hay ningún problema, lo consultamos con los médicos y que solo tenga un riñón no es obstáculo para quedarme embarazada».
«Hacemos vida normal; es más, cada vez nos encontramos mejor, como si tuviésemos dos riñones», confiesa la donante. Andreína, igualmente, de ánimo y salud no puede quejarse. Y eso a pesar del susto del último 13 de diciembre. Un dolor en el lugar donde tiene la cicatriz del trasplante despertó las alarmas. La ingresaron, pero volvió antes de Navidad a casa. «Solo era un cólico, pero pensé que sí, que algo pasaba». Recibió el alta el mismo día en que tenía que empezar a trabajar en Ikea, y, aunque acudió a su cita, no pudo ser. «Se quedaron con mis datos, igual me vuelven a llamar, aunque hay tanta gente sin trabajo,...», resume quien ha aprendido que hay golpes peores y no conjuga el desaliento.
Aquel aviso también ha dejado tímidas sombras en el resto de la familia. En especial en Dayana: «Tiene que cuidarse mucho», dice mientras bromea con su hermana: «¡A ver que haces con mi riñón, no me andes comiendo tonterías por ahí!».
Juntas, ante la cámara del fotógrafo, se las ve, como dicen en su Caracas, chévere. Se abrazan. Se ríen.
«Hacemos vida totalmente normal, es más, cada vez nos encontramos mejor»
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